jueves, 28 de julio de 2011

TCHAIKOVSKI Y LA IDEA DE PATRIA






Desde la primera vez que escuché la Obertura 1812 de Piotr Ilich Tchaikovski (Opus 49, 1880) no deje de sentirme enormemente emocionado. Es tanto el simbolismo que entraña esta composición, muy propia al romanticismo de este autor universal nacido en la Rusia zarista que la idea de patria que aparece en sus acordes suele ser inconfundible. Posteriormente la he escuchado muchas veces, y la he silbado -y tal vez usted también amable lector-, pues fue la tonada favorita y muchas veces repetida en ese memorable Mr. Keating (magnífico Robin Williams) en La sociedad de los poetas muertos, ("Dead Poets Society", Peter Weir, 1989).


Justamente si la clave de esta película es el ejercicio de la libertad individual, la música del genio ruso representaba la persistencia de la libertad de una nación. Y es que la voluntad de la patria es además de la pertenencia, de la existencia de una comunidad nacional, es su sentido autonómico, de independencia, de romper las trabas, las ataduras o las cadenas de otro poder que la sojuzga. Eso puede apreciarse en todos sus matices en esta obra monumental, que ciertamente no fue muy bien apreciada desde sus inicios, tomada como el mismo autor como un batiburrillo de temas (Mundy 1998)1, para lo cual no se exigió en su talento, menos se sintió identificado con el motivo de su composición(conmemoración del reinado de Alejandro II) y para colmo acompañada de hechos infortunados como la muerte del propio Zar entre otros incidentes, asi como las limitaciones que encontró para su ejecución tal como la concibió el propio Tchaikovski y que parece nunca pudo escuchar en todo su esplendor.


Sin embargo la magnificencia de esta composición como una pieza solemne de homenaje a la derrota de Napoleón Bonaparte en su campaña en Rusia, nos lleva a cumbres musicales irrepetibles. En tal sentido esta mezcla de melodías que van desde la música religiosa, el folclore ruso, himnos nacionales y marchas guerreras, entre sonidos de campanas y cañonazos, permiten identificar en esta obra momentos muy bien definidos que relatan la epopeya del pueblo ruso para resistir y vencer a los franceses: La confusión y el estupor ante la inminencia, la humillación de la derrota y la huida de las tropas zaristas, el avance inmisericorde de los franceses aplicando la política de todo ejército invasor de dejar tierra arrasada a su paso, la impotencia de los rusos ante la ocupación efectuada por los vencedores, la súplica por un milagro que salve a la patria, la actuación inexorable del "general invierno" diezmando las tropas napoleónicas, obligando a su retroceso y posterior desbandada, los vencidos que toman venganza ante la afrenta a su madrecita Rusia que terminan por perseguir a los franceses, dando vuelta a los cañones que dejaron en su retirada.


Nunca antes en una composición, salvo la grandilocuencia pangermánica de Wagner, o los sonidos del checo Bedrich Smetana en su búsqueda por una música nacional (camino seguido luego por Dvorak) y el húngaro Béla Bartók en sus incursiones por la etnomusicología y sus esfuerzos por entroncar la música popular y la música clásica (teniendo como antecedente la obra del alemán Johannes Brahms del cual se puede escuchar Las danzas húngaras, por ejemplo), pudieron mostrar la posibilidad de dar cuenta de la historia y los significados de expresar sentimientos y connotaciones de patria, marcando de estas maneras las huellas para el encuentro entre lo nacional y lo universal.


Por ello, no encontramos nada comparable a los profundos sentimientos de esa pieza maestra del ruso, el develar recurrente de una música que exalta sentimientos mayores, que confunden la espiritualidad y el amor a la patria, amenazada o en peligro, hollada y luego reivindicada, renacida como el fénix de los humeantes escombros de la guerra. Tal vez hubiéramos requerido algo similar antes de vivir el desastre de la Guerra del Pacífico, al menos algo cercano a esa obra épica tan cercana a estas festividades patrias como La Sinfonía Junín y Ayacucho (1974) de nuestro Eduardo Iturriaga Romero, que en cada audición nos pone en sintonía con la épica de la guerra de independencia y el reto permanente por seguir siendo libres e independientes.


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(1) Simon Mundy. Tchaikovski. Barcelona, Ma Non Troppo, 1998


Puede escuchar la obra de P.I. Tchaikovski en: http://www.youtube.com/watch?v=4C-YSq5flow&feature=related y la sinfonía de Iturriaga en: http://www.youtube.com/watch?v=Jo9LvgY1dVs







sábado, 16 de julio de 2011

"SILLY LOVE SONGS"




"La única fuerza y la única verdad que hay en esta vida es el amor..." nos decía Johann Christoph Friedrich von Schiller. Pero, lo que no anticipó el enorme filósofo y poeta alemán es que el amor puede ser también motivo de las ficciones, las fábulas y las mentiras. Justamente las comedias románticas forman parte de este género que constituyen una burla al romanticismo, pero siendo ridículamente románticas en su estructura, su mensaje y su trascendencia. El género de este tipo de films no es nuevo. Un antecedente remoto se puede rastrear en las obras de Shakespeare. "Sueño de una noche de verano" o "Mucho ruido y pocas nueces" donde el autor isabelino juega con los sentimientos humanos, se burla del clasicismo de anteriores autores, e inclusive de él mismo, de aquellos que sacralizaron el amor, que tomaron a este como fuente de divinidad. En cambio el amor entre los mortales siempre fue imperfecto, categóricamente incompleto, fútil y superficial, pero que sin embargo en estas pequeñas obras se termina por dar cuenta de lo virtuoso del amor mundano, aun cuando constituye la mayor veleidad que subyace en el corazón humano.



El romanticismo, ese subtancial movimiento cultural surgido hacia finales del siglo XVIII y que se extendió casi por todo el siglo XIX, predicó como heredero del liberalismo de su época su reivindicación del amor a la libertad y de la libertad para amar, de allí el despliegue de los sentimientos que se expresaban en dosis desbordantes de emociones incontrolables, esa pasión humana que podía llevar al extremo del sacrificio propio por el bien amado. En el Romanticismo el amor se hace sublime, inclusive ajeno a todo egoísmo, iba más allá de la posesión vulgar, y llevaba a asumir que el mundo para unos era un corazón, y para otros el corazón terminaba siendo el universo por entero. E inclusive era totalmente propio amar al extremo de renunciar al propio amor, de allí el socorrido epígrafe atribuido a Lord Byron cuando decía: "Deja a alguien libre: Si vuelve a ti es tuyo; si no, nunca lo fue..." . La vida y la muerte eran dos caras de la misma moneda. Acaso no recordamos esta inmensa verdad en los escritos de otro romántico como Goethe, quien en las trágicas tribulaciones del joven Werther hacía del sufrimiento la verdad más conmovible del amor romántico.


Herederas de estas tribulaciones, pero instaladas en el siglo XX aparecen la saga renovadora del cine latino que hizo del drama moneda común para perpetuar su romanticismo tardío, y que tuvo en los folletines y radionovelas, y posteriormente las tele lloronas que hasta ahora nos azotan el tiempo libre, y que todavía siguen siendo predios casi exclusivos de muchas mujeres que buscan del bien sufrir, inclusive de aquellas que aguardan la edulcorada esperanza del final feliz, como un recurso más barato para hacer soportable la dureza de los tiempos modernos. (1)



El romanticismo en la música no fue un movimiento uniforme, sin embargo nos legó obras memorables. La creación en los clásicos expresó esa tensión entre racionalidad y subjetividad, es decir, una rica estructura musical excelsa respecto a la búsqueda de los límites de la abstracción en la composición, pero con un interés por producir, a través del cuidado cromatismo de la música, la difícil tonalidad necesaria para evocar y provocar el libre despliegue de las emociones humanas. Esta ha sido una constante en autores que, pese a componer en distintas épocas, pueden ser reconocidos en el romanticismo musical como es el caso de Beethoven, Wagner y Tchaikovski, sólo posibles de ser apreciados en una audición, por ejemplo en las siguientes obras: Sonata nº 8 en do menor, Opus 13 (subtitulada "Pathétique"), Tristan und Isolde (liebestod), la Sinfonía n.º 6 en si menor, Patética, Opus 74o, de cada uno de los nombrados, respectivamente. (2)


La música romántica que viene posteriormente, si bien no bebe de estas fuentes, responde a otra vertiente que se encuentra con la temática del amor, de la pasión, o más precisamente del amor romántico. Asi, de esta expresión “amor romántico” puede concluirse a partir de estados que pueden configurarse en un triángulo: El amor correspondido o afortunado, el amor no correspondido, perdido o frustrado, y el amor engañado o simplemente la traición. Todo el saber y práctica musical de esta musicalidad romántica desde el bolero moderno de raíz latina, el tango, el valse criollo, el fado lusitano, la bachata dominicana, el pasillo ecuatoriano, la saya boliviana, y hasta en la morna caboverdiana que nos regala esa diva de los pies descalzos llamada Cesárea Évora.



Retomando el hilo de nuestra inicial reflexión sobre las comedias románticas, que tienen mucho de comedias y poco de románticas, o al revés, debemos de asumir que se disfrazan de vida cotidiana, de situaciones verdaderamente ridículas: La plebeya que se convierte en princesa, la prostituta que termina ligando con el magnate, la secretaria que después de ser olímpicamente ignorada sufre una verdadera transformación de torpe ganso en bello cisne y cautiva al disoluto jefe; o situaciones mucho más convencionales donde el amor es y no es, aparece en una trama absolutamente predecible, en un destino plagado de incorrecciones que termina arreglándose mas bien a partir de enredos. Lo poderoso de estas historias es que siendo totalmente falsas, y eso lo sabemos desde antes de sentarnos en la butaca, terminan por atraparnos, movilizan nuestros sentimientos, nos convencen de un discurso lineal pero efectivo. Las comedias románticas terminan siendo un buen sustituto de la realidad a la cual deforman grotescamente, pero cómo se parecen a la realidad. Por todo ello, de vez en cuando es bueno ver alguna de esas comedietas románticas de factura yankee. No nos dicen mucho, pero lo suficiente para divertirnos con sus happy end.




Las comedias románticas son como algunas canciones, tontamente románticas, y que sin embargo hacen de la tontería su única verdad. Como Silly love songs ("Esas tontas canciones de amor") ese tema de McCartney y sus Wings, lanzado en un simple en 1976, que dice la hagiografía era una respuesta de este autor a las constantes puyas de Lennon, quien se burlaba de sus aparentes ligeras y melosas canciones, esas que llenaban de I love you buena parte de las pistas.



Las historias de amor de las comedias románticas suelen ser tan cursis como buena parte de los temas musicales de ese "romanticismo" que aún nos visita en sus formas tradicionales y modernas, pero que han demostrado ser útiles en estos tiempos, tanto como los folletines de antes y la demás parafernalia que hoy nos provee el mercado. Por tanto, son siempre bienvenidos, pues nos ahorran de la cuenta del hipotético psicoanalista que nunca frecuentaremos. Las comedias románticas son el mejor artilugio de la industria cultural para hacer del amor una ficción anodina y perfectamente capitalizable. Es la punta de lanza de la emoción portátil, de la tristeza instantánea pero controlada, del “romanticismo” como preventivo a cualquier crisis afectiva, siendo menos peligroso que consumir antidepresivos y reemplazarlos por ese sabor tan parecido a aquel otro producto, tan estimulante y rico en endorfinas que conocemos como chocolate.


En suma, las comedias románticas son importantes porque nos permiten vivir y sufrir el amor que nunca tuvimos, o que aun cuando lo tenemos o experimentamos, siempre buscamos que se parezca al que espectamos en el ecran, sin las consecuencias esperadas de un corazón roto, a lo más, uno que otro lagrimón.



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(1) Dejo constancia que este género tuvo expresiones que llegaron al paroxismo con las películas hindúes y ahora llegan por kilos con las telenovelas coreanas que hacen llorar hasta a las cebollas.


(2) Escúchese estas obras en los siguientes enlaces:


www.youtube.com/watch?v=8LCClcf-CKs;


http://www.youtube.com/watch?v=Zq9U8oL7D04&feature=related;


www.youtube.com/watch?v=yhhsTBQzw5k





















sábado, 9 de julio de 2011

FACUNDO O EL PODER DE LA PALABRA

Mi primer recuerdo de Facundo Cabral proviene de un viejo casete comprado con mis últimas monedas en la puerta de San Marcos.

Escucharlo con la reverencia de quien escucha a un profeta fue mi primera actitud frente al personaje. Facundo pesaba cada palabra de las que decía con admirable constancia.

Lo hacía al encajar cada una de ellas como piezas engastadas en cada una de sus interpretaciones. O cuando quedábamos embelesados por su formidable dicción, pero sobre todo ese encuentro feliz entre poesía y verdad.

Y en aquel tiempo los sabíamos los jóvenes del mundo, que decir la verdad es un acto revolucionario. Por lo tanto era un atributo sólo restringido a esos santos laicos que viajaban por el mundo llevando esa verdad tan inconmensurablemente utópica de que el mundo esperaba una nueva oportunidad para la justicia, para la libertad, para nuestra propia felicidad.

Pasaron los años, y también los santos de la revolución se fueron al cielo, junto con las utopías, los profetas quedaron mudos y las verdades se hicieron carne de silencio.

Pero allí estaba Facundo, siempre dispuesto a recordarnos que la globalización no había sido suficiente para callar nuestros corazones, que el mercado no había crecido lo suficiente para ocultar los gritos de los desposeidos, que las injusticias seguian siendo moneda de todos los días, que como antes el poder del dinero seguía enajenando conciencias, y el poder y los que lo detentaban o lo pretendían, no se detenían, siempre dispuestos al peor de los crimenes contra la humanidad para satisfacer sus intereses.

Ahora le tocó el turno a Facundo, se fue acribillado por ocho balas que enmudecieron su noble corazón, pero estoy seguro que este hombre bueno y justo al momento de morirse lo hizo con una sonrisa de perdón a sus matadores.

Pareciera que nuevamente nos hemos quedado nuevamente huérfanos, sin voz, sin esperanza, ya no tenemos quien predique la paz y nos preste su palabra para seguir creyendo en la verdad, en el amor y la poesía.

Sin embargo sus asesinos pretendieron apagar el débil fuego de su vida, pero lo que han logrado es encender la inmensa hoguera de su luz, para seguir dándonos el calor e iluminando ese camino todavía irredento por donde seguiremos transitando para alcanzar nuestro propio y auténtico destino.

domingo, 3 de julio de 2011

ESE DEMONIO QUE LLEVAMOS DENTRO

SÓLO, SONRIENTE Y SERENO. Así fue encontrado en la tina de baño en su departamento en Paris. Apenas tenía 27 años cuando se despidió de este mundo. Fue un 3 de julio de 1971, y un discutible certificado de defunción declaraba la muerte súbita de un desconocido James Douglas Morrison Clarke, Diagnóstico de presunción: Paro cardiaco. La verdad es que ese día en lugar de morir terminó por nacer la leyenda de Jim Morrison.

Jimbo fue un muchacho como todos, soñador, iconoclasta, rebelde. Hijo de un alto oficial de la marina, su vida fue una mudanza interminable, llevando a su vida a contar con seguridades más bien interiores en su voraz interés por la lectura, la poesía y el arte que lo llevaron a estudiar cine en la UCLA en el mismo periodo de Francis Ford Coppola quien seguramente lo conoció.


Morrison quiso en todo momento ser reconocido como poeta. Y su obra es, esencialmente poesía, incluida aquella musicalizada en los temas de The Doors. La poética de Morrison trasunta su profunda espiritualidad, ese misticismo que encaja muy bien con la psicodelia de su estilo de vida. Algunos pretenden este estilo a su conocimiento e influencia de los poetas malditos, al punto que se dice que su búsqueda por la singularización de su lirica es convertirse a sus códigos, en otras palabras convertirse en un poeta francés, o en su estilo.


La poesía de Morrison busca expresar sus intereses intelectuales, ese bagaje cultural que partía de sus difíciles lecturas y discusiones hasta con sus maestros en la universidad, que pergeñó también en sus muchos poemas y que traslapo a su musicalidad poética, mundo común pero extraño, incapaz de llenar sus expectativas pero sugerente para retarse a indagar sus propios pensamientos y hasta sus temores.


De otro lado su veta poética nos lleva a una manera peculiar de entender la vida y la muerte, ese diario e inacabado conflicto entre el mundo de la realidad y la metafísica, de la racionalidad y la imaginación, la materialidad omnipresente y la desbordante recusación de aquello que va más allá de la percepción. Jim Morrison es finalmente un insatisfecho, alguien que se resistía a las fronteras de lo conocido, de los convencionalismos sociales. De allí su persistente disposición transgresora, irreverente y desenfadada.


Se dice que Jim Morrison era borderline, de allí su dualidad, el continuo desafío que aparece en los múltiples registros de sus mensajes como artista y como persona humana, situaciones límites que fácilmente superaba sin medir riesgos, sin una lógica valoración del peligro, de allí que se decía que era poseído por espíritus como los de Dionisio, el dios Baco de los antiguos griegos, que a su vez constituía expresión de su propio espíritu al cual permanecía fiel, de los demonios interiores que lo visitaban de continuo, en el viejo chamán que lo poseía, en lo elegíaco de su poesía/canto, en su danza/representación, en ese demonio/espíritu/genialidad, que se encuentra como origen de su inmanencia, pero a su vez en esa ambigüedad que siempre lo acompañó hasta su muerte, donde hasta su epitafio κατα τον δαιμονα εαυτου (“Kata ton daimona eaytoy “) que en el griego antiguo puede traducirse como, "El diablo está dentro de mí o en mi interior", pero en griego moderno habla de que "El espíritu divino está conmigo” o "El genio está en mi mente", un juego de palabras con las que el propio Jim pretendió sorprendernos aun con motivo de perennizar su muerte, para significar lo uno y lo otro, todo y nada.


Ángel o demonio, Jim fue un ser que jamás reconoció límites. En perfecta consonancia con su desbocada determinación, asi también murió. Lizard King, dios del desenfreno, el gran lagarto que mimetizaba la enorme revuelta de su vida en esa compulsiva vocación por las drogas fuertes y el bourbon, los libros de filosofía y un chamanismo encarnado de las viejas tradiciones navajas hicieron de este personaje nuestro demonio inolvidable. Morrison simplemente vivió, y tal como llegó, se fue, apacible y hermoso, como se apaga la noche al rayar las primeras luces del día. This is the end.


sábado, 2 de julio de 2011

" DE TE FABULA NARRATUR"

¿Por qué un blog de narrativa. No era suficiente con "El Seno de Afrodita"?. Es cierto que Solón decía que los poetas siempre mienten. Pero el arte de la poesía nos lleva la mayor parte de veces a una sacralización de la palabra que la lírica hace insuperable, pero que no siempre es buena para contar historias. Y es que Memorabilia en latín es esencialmente eso: "Narración", es decir, contar historias, verdaderas o de mentira (Et verum est fabula), mayormente estas últimas, las mentiras son fábulas que contar, pues las historias para los antiguos eran esencialmente fábulas. La Historia con mayúscula era un predio mucho más elevado, de allí que lo contado por Heródoto y Polibio carece de la fastuosidad de la ficción. La Historia es más bien una humanización de lo extraordinario, de lo más elevado. La ficción está más cerca del sentido común, pues en una exageración humana, como las que contaba Plinio El Viejo. que inclusive pueden llegar a ser parte de lo cotidiano y propios del sentido común, el "más común de los sentidos".


La narración, el texto escrito a partir del ficcionario del autor, no hace sino tomar la materia prima de la realidad y fusionarla con la realidad más próxima a su propia experiencias, de allí su naturaleza primordialmente intersubjetiva, es decir, es un perfecto diálogo de subjetividades difusas, donde lo cierto como verdad es otra forma de ficción, y esto desde la aproximación al mundo moderno, ese desencantamiento del mundo del cual nos hablaba Max Weber, donde lo feo, lo bello, lo correcto y lo incorrecto, la verdad y falsedad podían marchar por separado y dando lugar a mezclas trascendentemente horripilantes, pero justas y verdaderas, y lo hermoso podía ser odiosamente algo -al menos- políticamente incorrecto y falso. Esa verdad de las mentiras de las que nos habla Mario Vargas Llosa cuando nos remece con su idea de la novela, el género por excelencia de la narrativa: "En efecto, las novelas mienten -no pueden hacer otra cosa- pero ésa es sólo una parte de la historia. La otra es que mintiendo, expresan también una curiosa verdad que solo puede expresarse encubierta, disfrazada de lo que no es." (*).

Por ello en este blog reuniremos nuestros textos más asimilables al género de la narración. Es una nueva aventura que iniciar, y en comunión con los grandes maestros del género sólo diremos "que los dioses nos sean propicios". Aqui vamos...
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(*) Mario Vargas Llosa. La verdad de las mentiras. (2002)