sábado, 13 de agosto de 2011

OFRENDA (*)


No se hace cuanto tiempo estoy dormido. Mi memoria se ha borrado de pronto. Escucho a diario un fuelle que respira por mí, y los pitidos de los aparatos a los que me tienen conectado. Esta oscuridad es amable conmigo, aún cuando es de noche siempre, no tengo miedo. A veces unas manos suaves que identifico como las de mi madre, tocan las mías, y a ratos escucho las voces de los buenos amigos, los que antes cuando me visitaban traían pizza y un buen vino, y teníamos tertulias inacabables. Cómo los extraño. Entre los músicos existe una rara complicidad. Somos una cofradía de locos soñadores, genios infinitos, ángeles sin alas que aprendemos a volar con el sólo impulso de una melodía. No sé porque alguna gente se echa a llorar en los pasillos. No me he muerto todavía, no hay ese frío que acaricia tu cuerpo, que hace etéreo tus órganos dañados. Mi boca está seca, pero mi corazón sigue latiendo, fuerte, beat, beat, beat, beat. Pero me caen bien algunas ráfagas de aire que me llegan de la calle, donde sé que mucha gente hace vigilia, y le deja a mi familia estampitas y fotocopias de oraciones, collages de mis fotos y algún generoso y desprendido hasta mis discos, seguro en ofrenda a alguien, de que a cambio de mi música me puedo poner de pie y echarme a andar. Pero déjame decirte que estoy vivo, siento que mi cuerpo aun es mi cuerpo, que no desfallezco, y que tercamente estoy tratando de afinar mi guitarra, templando mi alma y escuchando la potencia de los amplificadores que me llevaran nuevamente al bullicio, a las luces del concierto, a los gritos de las fans, y el llanto emocionado que siempre nos tributaban los más pibes, que seguramente aprendieron a escucharme de sus viejos. Me siento un poco cansado y quiero dormir. Es una ventaja tener los ojos cerrados siempre, aunque a veces me da un poco de miedo que de tanto tenerlos asi no pueda abrirlos de nuevo. A veces me dan ganas de pararme en el alfeizar de la ventana, con la bata blanca con que me han cubierto, revisar mis brazos y piernas, que me duelen un poco y están algo temblorosas, pero no han adelgazado mucho, están todavía recias para una larga caminata. Como quisiera sentir que una fuerza natural que me lleva por mi Buenos Aires querido, y cantar en voz en cuello, descalzo y feliz mi canción animal. Pero, no se aflijan, aún estoy vivo y peleo por seguir estándolo. Al final sé que me verán volver, porque un hombre alado, extraña la tierra.

(*) Escribí este texto hace buen tiempo, y todavía creo que es vigente. Feliz día Gustavo, te seguiremos esperando, tanto como te seguimos queriendo.