sábado, 31 de diciembre de 2011

A MIS QUERIDOS AUSENTES


EL FIN DE AÑO APARECE COMO OPORTUNIDAD DE RECONCILIACIÓN Y NUEVAS OPORTUNIDADES. Pero también como momento de reflexión y de balance de aquello que aconteció en la escena política, o el recuento de los hechos de significación mundial o nacional, en la vida social o la cultura. Esta vez, desde esta ventana, no daré rienda suelta a mi imaginario literario, sólo quiero evocar a tres personas sencillas que sin embargo me dejaron huella indeleble, ese troquelado que solo la vida nos puede imprimir como enseñanza imperecedera. Voy a recordar en estas líneas a mis queridos ausentes, aquellos que una vez se fueron de este mundo, pero que siguen poblando mis recuerdos.
El primero que se marchó fue mi abuelo materno, Víctor, quien en medio de su actitud enérgica e inquebrantable, escondía una enorme bondad. Yo crecí literalmente a su sombra, disfrute de su pasión por la buena mesa en las furtivas incursiones que nos dispensaba junto a mi abuela por las viejas cocinas de los más afamados chifas de la calle Capón, aprendí a saborear mis primeros vinos y gusté -entre desvelos- de largas sesiones de café y filmes en blanco y negro, desde donde incorporé a Humphrey Bogart, Edward G. Robinson y James Cagney a mi santoral de cine negro; como también logre afianzar mi aprendizaje elemental de la lectura, pendiente de su recorrido obligado de los diarios, inclusive de La Tribuna (vocero aprista) que mi abuelo leía con obcecación para convencerse (por enésima vez) de que la línea del partido se había torcido buen tiempo atrás y que no quedaba casi nada del martirologio aprista de los 30 que a poco le cuesta la vida en la Revolución de Trujillo, pero lectura al fin que me sirvió de mucho para incorporar la importancia de la política como parte de mi dimensión cotidiana. Es desde la política y en la vida concreta que me legó ese apego fundamental por las cosas correctas, por la honestidad a prueba de cualquier apremio, por su sentido de dignidad capaz de renunciar a aquello que le podría dar satisfacción inmediata pero a costa de perder su ética personal y su probidad legendaria. Mi abuelo murió tal cual vivió: Digno y limpio. Esa fue la enseña que cuando todavía adolescente me legó a su partida.
La segunda persona que me toca evocar es la memoria de mi padre, Salvador, de quien me he referido varias veces antes, pero de quien además de legarme su pasión por la música clásica y los proyectos inverosímiles, pues aun cuando siempre intentó vivir pegados los pies a la tierra, no perdió jamás su enorme capacidad para soñar, y uno podía ver de cerca su enorme vocación por hacer de cada oportunidad un nuevo negocio del cual extraer honesta y legalmente alguna ganancia económica, pasión en la cual se enfrascó muchas veces siendo mordido por el fracaso, pero también coronó sus sienes con el laurel del triunfo, como quien fue con modestia, desde su fundo “Arco Iris” uno de los pioneros en la producción de espárragos, cuando nadie vaticinaba su posterior despliegue agro industrial. Pero Papa Chava me dio mucho más, junto con mi elemental silabario de derecho y cultura jurídica, me enseño el valor de la justicia y la manera como en la vida hay que conducirse al momento de tomar partido, asumiendo siempre el lado de los más débiles. Sus más de cuarenta años como abogado laboralista, siempre dispuesto a pelear todas la batallas, e incorruptible juez de trabajo, pues como magistrado siempre se supo mantener con independencia y proverbial autonomía, a salvo de presiones y amenazas de los más poderosos. Por encima de todo, la justicia, ese valor fue la herencia más valiosa que me dejara mi padre cuando partió hace más de una década.
Mi abuela Sofía fue una apasionada del cine y la música popular mexicana de los treinta y cuarenta. Suspiraba con las canciones de Negrete e Infante, tal cual jovenzuela de estos años, se colgaba del cuello de sus ídolos para robarles un beso y desprenderles un pañuelo de seda, cual trofeo codiciado, o llorar con desenfreno de mil sentimientos tal como lo hicieron miles de “viudas” desconsoladas a la muerte de sus amores de celuloide y acetato, y como lo hizo la joven señora Sofía a riesgo de recibir la reprimenda airada de mi abuelo. Justamente ese es el recuerdo imperecedero de la Sedamanos, como la llamaba por su apellido y sus maneras, y sobre todo por su especial forma de amar, de amar apasionadamente y por encima de las pasiones, como en su juventud a sus artistas preferidos, y luego con la madurez de los años con ese amor de madre y abuela, capaz de cualquier esfuerzo para defender a los suyos, pero complaciente hasta ceder a los caprichos de los hijos y nietos (afortunados mis hijos pues hasta meció la cuna de los biznietos), amor puro, sin medida, sin reserva. El amor que nos prodigaba mi abuela no conocía límites ni barreras. Mi abuela podía exponerse al mayor de los despojos, si acaso eso era el precio para consagrar su amor. Esa terca manera de amar, ese desenfreno de sentimientos que podía llevar a cualquier heroísmo, como buena leona que se reconocía, ese es el blasón que mi abuela me dejara, escudo impenetrable a cualquier infortunio y cobardía, que me hace recordar al poeta Ovidio: "Omnia Vincit Amor", pues el amor todo lo vence.
Sé que ahora estos tres personajes de mi familia ya no están más conmigo, sin embargo los siento tan cerca de mi como desde el primer día que los conocí. Son presencias innegables de mis días, me acompañan siempre, me vigilan y extienden su manto protector ante el peligro, me aconsejan cuando cavilo y no encuentro respuestas, y cuando estoy desmotivado me alientan, e inclusive me regañan blandamente cuando pareciera que quiero hundirme en la derrota. Porque de conjunto estos tres seres inolvidables me enseñaron, cada quien de su lado, de que la vida merece ser vivida, con lo mejor que tenemos, lo mejor que podemos. Que nuestra meta mayor es siempre aspirar a una vida mejor para todos. Eso es todo lo que tengo recordar este último día del año, pues esta es una lección que nuevamente debo de agradecer a mis queridos ausentes, una lección de vida que del todo no aprendí a valorar sino con su muerte.
31 de diciembre de 2011-1 de enero de 2012

domingo, 25 de diciembre de 2011

Corta, muy corta historia de Navidad


El niño miraba con sus ojos enormes la fila interminable de regalos. Ninguno era suyo, por supuesto. Pero el sólo quería mirar a la gente muy contenta, con sus billeteras y bolsos vacíos, pero con sus coches de compra a punto de reventar. Fue entonces que recordó que tenía algún dinero dentro de sus bolsillos. Las monedas tintinearon musicalmente al contacto con sus dedos pequeños y ávidos de fortuna. Deseo entonces sumarse tambien al torbellino de quienes estaban allí, camino entre las galeras del supermercado, vio muchas cosas bellas, pero de precios prohibitivos. Dio muchas vueltas alrededor de los artículos que allí se ofrecían. Al final, casi para nada alcanzaba su pequeño capital. Encontró en la sección de panadería un bizcocho de dulce, fragante y fresco, pero diminuto. Contó sus monedas y justo alcanzaba para adquirirlo. El niño se hizo lugar entre los adultos que disputaban su lugar en la cola y apuraban a la cajera con palabras destempladas. El niño después de mucho esperar llego a la caja, entrego el producto entre miradas poco amables, pues era casi miserable su compra en medio de personas que llevaban cosas mucho más voluminosas y caras. Al final salio del establecimiento, a pie, con su pequeña rosca de dulce. Camino hasta cerca del mercado. Busco entre los montículos de desperdicios a su amigo. Allí estaba, como siempre, envuelto entre mantas mugrientas y cartones. Se acercó despacio, con mucho respeto. El viejo lo miro circunspecto, fue cuando alcanzó a sus manos el humilde pan que traía envuelto. Lágrimas surgieron entonces de los ojos ajados de aquel hombre, un tímido gracias surgió de su boca desdentada. Feliz navidad, le musito el niño. Feliz navidad le respondió el indigente. De regreso a su casa, el niño sintió una alegría enorme, y asi en medio de la fiesta familiar el niño seguía esbozando esa bella sonrisa de satisfacción. Al día siguiente, con partes de su cena navideña envuelta en una bolsa de plástico fue a buscar al viejo. Mas no lo encontró por ningún lado, ni tampoco el basural cerca de ese mercado donde el anciano se cobijaba entre harapos. Sólo encontró una vereda limpia, y trabajadores que terminaban de barrer a manguerazos de agua el detritus acumulado en la calle. El niño se quedo mirando todo con ojos de incredulidad. En tanto, dos hombres que antes habían sembrado varias capas de un césped gordo y erizado sobre el terral, desplegaban para colgar una gran banderola de bonitos colores que rezaba “Obra: Recuperación de la Plaza de la Justicia Social. Feliz navidad para todos. Tu alcalde”

sábado, 17 de diciembre de 2011

LA ESPERA INDETENIBLE: VIDA Y MUERTE EN EL CANTO DE CESARIA EVORA


LA MUERTE ES UNA VISITA INVISIBLE. Su presencia nos revolotea sobre la cabeza, agitando nuestra respiración, oprimiéndonos el pecho, dejándonos ese dolor inespecífico que tal como llega se va.

La muerte suele besarnos a su paso. Nos deja en los labios un sabor acre, mientras sus manos descarnadas nos consuelan con una caricia fría y áspera. Adivinamos su paso por ese vaho a flores y agua guardada que nos invade profundamente y hiere nuestros sentidos. De pronto el dolor que nos laceraba el corazón y la cabeza cede despacio, hasta abandonarnos tristísimos, al borde de las lágrimas, a espera de algo que llamamos vagamente resignación.

Pero la muerte es la vida, o la vida es muerte, simultáneas, en competencia, en complemento, como lo escribió ese poeta argentino inclasificable que se llamó Roberto Juarroz: La muerte es otro hilo de la trama/Hay momentos en que podría penetrar en nosotros/con la misma naturalidad que el hilo de la vida/o el hilo del amor (Poesía Vertical, 1958). Esta es la misma sensación con la que hoy he recibido la muerte de Cesária Évora.

Mi primera audición de los temas de esta mujer, enorme de corazón y de arte, me significó una rara iluminación que solo experimente al escuchar antes a Billie Holiday, Edith Piaf o Maria Callas. Esa voz que no brota del equipo de reproducción sino que se aparea con el viento, que atiza los tizones del fuego de la vida, que recoge en cada solfeo el canto del pájaro herido que nos llama con su ala rota para hablarnos de amor y de su pesar. Cesária recogia en cada una de sus interpretaciones ese saber profundo de los sufrientes, de los excluidos, de aquellos que habiendo perdido todo, aun conservan el temple para denunciar al mundo el sentido de su ausencia, el agreste dominio del olvido, la irrenunciable voluntad por decirle a todos que mientras exista vida la muerte no ha de enseñorearse sobre el destino de hombres y mujeres.

El instrumento que Cesária empleaba para conjurar tales sentimientos era simplemente su voz prodigiosa y un ritmo “La morna”, una suerte de melodía nostálgica y de fácil recordación, que seguramente proviene emparentada con el fado portugués traído por el amo colonial, y que se confundió con la historia nacional para parirse como un nuevo género, que como tal debía convertirse en un medio para convocar al sentimiento caboverdiano, para hablar a los otros de su dilatada vida e historia de explotación y esclavismo, del inevitable exilio y de la propia muerte. Música que invoca sentimientos que encogen el corazón y ejercitan la memoria, ritmo lastimero a veces, pero siempre esperanzador y profundamente humano. Como la propia vida, como la propia muerte.
Pues con Cesária también aprendí que la vida y la muerte constituyen una celebración, de signo diferente, pero inseparables. Pues vida y muerte no constituyen una ruptura sino continuidad, permanencia, espera entre la sangría de las horas, encuentro final, redención, vida eterna. Esa espera de la muerte que se agazapa para darnos alcance, que no agota la vida pero que nos avisa a tiempo de la vana ilusión de alargar lo efímero de la existencia, que nos devela la irredenta verdad de que somos seres perentorios, y que luces y sombras nos aguardan para tocarnos el hombro, a espera de la vida, a espera de la muerte. Como hace unos días cuando, en silencio, evoqué la absurda muerte de John Lennon, o cuando me llegó la noticia inesperada de la muerte del profesor Carlos Franco, o como hoy, a escasas horas de que recibamos los 70 años de ese inmenso e inolvidable poeta que fue (y es) Luis Hernández Camarero, y es cuando resulta inevitable recordar su vida y su muerte.

Y Cesária estará allí, con sus vestidos multicolores y sus pies encallecidos, con su voz desgarrada y su risa fácil, sencilla y sublime, triste y feliz, con la vida en jirones, pero con su muerte intacta.

sábado, 13 de agosto de 2011

OFRENDA (*)


No se hace cuanto tiempo estoy dormido. Mi memoria se ha borrado de pronto. Escucho a diario un fuelle que respira por mí, y los pitidos de los aparatos a los que me tienen conectado. Esta oscuridad es amable conmigo, aún cuando es de noche siempre, no tengo miedo. A veces unas manos suaves que identifico como las de mi madre, tocan las mías, y a ratos escucho las voces de los buenos amigos, los que antes cuando me visitaban traían pizza y un buen vino, y teníamos tertulias inacabables. Cómo los extraño. Entre los músicos existe una rara complicidad. Somos una cofradía de locos soñadores, genios infinitos, ángeles sin alas que aprendemos a volar con el sólo impulso de una melodía. No sé porque alguna gente se echa a llorar en los pasillos. No me he muerto todavía, no hay ese frío que acaricia tu cuerpo, que hace etéreo tus órganos dañados. Mi boca está seca, pero mi corazón sigue latiendo, fuerte, beat, beat, beat, beat. Pero me caen bien algunas ráfagas de aire que me llegan de la calle, donde sé que mucha gente hace vigilia, y le deja a mi familia estampitas y fotocopias de oraciones, collages de mis fotos y algún generoso y desprendido hasta mis discos, seguro en ofrenda a alguien, de que a cambio de mi música me puedo poner de pie y echarme a andar. Pero déjame decirte que estoy vivo, siento que mi cuerpo aun es mi cuerpo, que no desfallezco, y que tercamente estoy tratando de afinar mi guitarra, templando mi alma y escuchando la potencia de los amplificadores que me llevaran nuevamente al bullicio, a las luces del concierto, a los gritos de las fans, y el llanto emocionado que siempre nos tributaban los más pibes, que seguramente aprendieron a escucharme de sus viejos. Me siento un poco cansado y quiero dormir. Es una ventaja tener los ojos cerrados siempre, aunque a veces me da un poco de miedo que de tanto tenerlos asi no pueda abrirlos de nuevo. A veces me dan ganas de pararme en el alfeizar de la ventana, con la bata blanca con que me han cubierto, revisar mis brazos y piernas, que me duelen un poco y están algo temblorosas, pero no han adelgazado mucho, están todavía recias para una larga caminata. Como quisiera sentir que una fuerza natural que me lleva por mi Buenos Aires querido, y cantar en voz en cuello, descalzo y feliz mi canción animal. Pero, no se aflijan, aún estoy vivo y peleo por seguir estándolo. Al final sé que me verán volver, porque un hombre alado, extraña la tierra.

(*) Escribí este texto hace buen tiempo, y todavía creo que es vigente. Feliz día Gustavo, te seguiremos esperando, tanto como te seguimos queriendo.

jueves, 28 de julio de 2011

TCHAIKOVSKI Y LA IDEA DE PATRIA






Desde la primera vez que escuché la Obertura 1812 de Piotr Ilich Tchaikovski (Opus 49, 1880) no deje de sentirme enormemente emocionado. Es tanto el simbolismo que entraña esta composición, muy propia al romanticismo de este autor universal nacido en la Rusia zarista que la idea de patria que aparece en sus acordes suele ser inconfundible. Posteriormente la he escuchado muchas veces, y la he silbado -y tal vez usted también amable lector-, pues fue la tonada favorita y muchas veces repetida en ese memorable Mr. Keating (magnífico Robin Williams) en La sociedad de los poetas muertos, ("Dead Poets Society", Peter Weir, 1989).


Justamente si la clave de esta película es el ejercicio de la libertad individual, la música del genio ruso representaba la persistencia de la libertad de una nación. Y es que la voluntad de la patria es además de la pertenencia, de la existencia de una comunidad nacional, es su sentido autonómico, de independencia, de romper las trabas, las ataduras o las cadenas de otro poder que la sojuzga. Eso puede apreciarse en todos sus matices en esta obra monumental, que ciertamente no fue muy bien apreciada desde sus inicios, tomada como el mismo autor como un batiburrillo de temas (Mundy 1998)1, para lo cual no se exigió en su talento, menos se sintió identificado con el motivo de su composición(conmemoración del reinado de Alejandro II) y para colmo acompañada de hechos infortunados como la muerte del propio Zar entre otros incidentes, asi como las limitaciones que encontró para su ejecución tal como la concibió el propio Tchaikovski y que parece nunca pudo escuchar en todo su esplendor.


Sin embargo la magnificencia de esta composición como una pieza solemne de homenaje a la derrota de Napoleón Bonaparte en su campaña en Rusia, nos lleva a cumbres musicales irrepetibles. En tal sentido esta mezcla de melodías que van desde la música religiosa, el folclore ruso, himnos nacionales y marchas guerreras, entre sonidos de campanas y cañonazos, permiten identificar en esta obra momentos muy bien definidos que relatan la epopeya del pueblo ruso para resistir y vencer a los franceses: La confusión y el estupor ante la inminencia, la humillación de la derrota y la huida de las tropas zaristas, el avance inmisericorde de los franceses aplicando la política de todo ejército invasor de dejar tierra arrasada a su paso, la impotencia de los rusos ante la ocupación efectuada por los vencedores, la súplica por un milagro que salve a la patria, la actuación inexorable del "general invierno" diezmando las tropas napoleónicas, obligando a su retroceso y posterior desbandada, los vencidos que toman venganza ante la afrenta a su madrecita Rusia que terminan por perseguir a los franceses, dando vuelta a los cañones que dejaron en su retirada.


Nunca antes en una composición, salvo la grandilocuencia pangermánica de Wagner, o los sonidos del checo Bedrich Smetana en su búsqueda por una música nacional (camino seguido luego por Dvorak) y el húngaro Béla Bartók en sus incursiones por la etnomusicología y sus esfuerzos por entroncar la música popular y la música clásica (teniendo como antecedente la obra del alemán Johannes Brahms del cual se puede escuchar Las danzas húngaras, por ejemplo), pudieron mostrar la posibilidad de dar cuenta de la historia y los significados de expresar sentimientos y connotaciones de patria, marcando de estas maneras las huellas para el encuentro entre lo nacional y lo universal.


Por ello, no encontramos nada comparable a los profundos sentimientos de esa pieza maestra del ruso, el develar recurrente de una música que exalta sentimientos mayores, que confunden la espiritualidad y el amor a la patria, amenazada o en peligro, hollada y luego reivindicada, renacida como el fénix de los humeantes escombros de la guerra. Tal vez hubiéramos requerido algo similar antes de vivir el desastre de la Guerra del Pacífico, al menos algo cercano a esa obra épica tan cercana a estas festividades patrias como La Sinfonía Junín y Ayacucho (1974) de nuestro Eduardo Iturriaga Romero, que en cada audición nos pone en sintonía con la épica de la guerra de independencia y el reto permanente por seguir siendo libres e independientes.


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(1) Simon Mundy. Tchaikovski. Barcelona, Ma Non Troppo, 1998


Puede escuchar la obra de P.I. Tchaikovski en: http://www.youtube.com/watch?v=4C-YSq5flow&feature=related y la sinfonía de Iturriaga en: http://www.youtube.com/watch?v=Jo9LvgY1dVs







sábado, 16 de julio de 2011

"SILLY LOVE SONGS"




"La única fuerza y la única verdad que hay en esta vida es el amor..." nos decía Johann Christoph Friedrich von Schiller. Pero, lo que no anticipó el enorme filósofo y poeta alemán es que el amor puede ser también motivo de las ficciones, las fábulas y las mentiras. Justamente las comedias románticas forman parte de este género que constituyen una burla al romanticismo, pero siendo ridículamente románticas en su estructura, su mensaje y su trascendencia. El género de este tipo de films no es nuevo. Un antecedente remoto se puede rastrear en las obras de Shakespeare. "Sueño de una noche de verano" o "Mucho ruido y pocas nueces" donde el autor isabelino juega con los sentimientos humanos, se burla del clasicismo de anteriores autores, e inclusive de él mismo, de aquellos que sacralizaron el amor, que tomaron a este como fuente de divinidad. En cambio el amor entre los mortales siempre fue imperfecto, categóricamente incompleto, fútil y superficial, pero que sin embargo en estas pequeñas obras se termina por dar cuenta de lo virtuoso del amor mundano, aun cuando constituye la mayor veleidad que subyace en el corazón humano.



El romanticismo, ese subtancial movimiento cultural surgido hacia finales del siglo XVIII y que se extendió casi por todo el siglo XIX, predicó como heredero del liberalismo de su época su reivindicación del amor a la libertad y de la libertad para amar, de allí el despliegue de los sentimientos que se expresaban en dosis desbordantes de emociones incontrolables, esa pasión humana que podía llevar al extremo del sacrificio propio por el bien amado. En el Romanticismo el amor se hace sublime, inclusive ajeno a todo egoísmo, iba más allá de la posesión vulgar, y llevaba a asumir que el mundo para unos era un corazón, y para otros el corazón terminaba siendo el universo por entero. E inclusive era totalmente propio amar al extremo de renunciar al propio amor, de allí el socorrido epígrafe atribuido a Lord Byron cuando decía: "Deja a alguien libre: Si vuelve a ti es tuyo; si no, nunca lo fue..." . La vida y la muerte eran dos caras de la misma moneda. Acaso no recordamos esta inmensa verdad en los escritos de otro romántico como Goethe, quien en las trágicas tribulaciones del joven Werther hacía del sufrimiento la verdad más conmovible del amor romántico.


Herederas de estas tribulaciones, pero instaladas en el siglo XX aparecen la saga renovadora del cine latino que hizo del drama moneda común para perpetuar su romanticismo tardío, y que tuvo en los folletines y radionovelas, y posteriormente las tele lloronas que hasta ahora nos azotan el tiempo libre, y que todavía siguen siendo predios casi exclusivos de muchas mujeres que buscan del bien sufrir, inclusive de aquellas que aguardan la edulcorada esperanza del final feliz, como un recurso más barato para hacer soportable la dureza de los tiempos modernos. (1)



El romanticismo en la música no fue un movimiento uniforme, sin embargo nos legó obras memorables. La creación en los clásicos expresó esa tensión entre racionalidad y subjetividad, es decir, una rica estructura musical excelsa respecto a la búsqueda de los límites de la abstracción en la composición, pero con un interés por producir, a través del cuidado cromatismo de la música, la difícil tonalidad necesaria para evocar y provocar el libre despliegue de las emociones humanas. Esta ha sido una constante en autores que, pese a componer en distintas épocas, pueden ser reconocidos en el romanticismo musical como es el caso de Beethoven, Wagner y Tchaikovski, sólo posibles de ser apreciados en una audición, por ejemplo en las siguientes obras: Sonata nº 8 en do menor, Opus 13 (subtitulada "Pathétique"), Tristan und Isolde (liebestod), la Sinfonía n.º 6 en si menor, Patética, Opus 74o, de cada uno de los nombrados, respectivamente. (2)


La música romántica que viene posteriormente, si bien no bebe de estas fuentes, responde a otra vertiente que se encuentra con la temática del amor, de la pasión, o más precisamente del amor romántico. Asi, de esta expresión “amor romántico” puede concluirse a partir de estados que pueden configurarse en un triángulo: El amor correspondido o afortunado, el amor no correspondido, perdido o frustrado, y el amor engañado o simplemente la traición. Todo el saber y práctica musical de esta musicalidad romántica desde el bolero moderno de raíz latina, el tango, el valse criollo, el fado lusitano, la bachata dominicana, el pasillo ecuatoriano, la saya boliviana, y hasta en la morna caboverdiana que nos regala esa diva de los pies descalzos llamada Cesárea Évora.



Retomando el hilo de nuestra inicial reflexión sobre las comedias románticas, que tienen mucho de comedias y poco de románticas, o al revés, debemos de asumir que se disfrazan de vida cotidiana, de situaciones verdaderamente ridículas: La plebeya que se convierte en princesa, la prostituta que termina ligando con el magnate, la secretaria que después de ser olímpicamente ignorada sufre una verdadera transformación de torpe ganso en bello cisne y cautiva al disoluto jefe; o situaciones mucho más convencionales donde el amor es y no es, aparece en una trama absolutamente predecible, en un destino plagado de incorrecciones que termina arreglándose mas bien a partir de enredos. Lo poderoso de estas historias es que siendo totalmente falsas, y eso lo sabemos desde antes de sentarnos en la butaca, terminan por atraparnos, movilizan nuestros sentimientos, nos convencen de un discurso lineal pero efectivo. Las comedias románticas terminan siendo un buen sustituto de la realidad a la cual deforman grotescamente, pero cómo se parecen a la realidad. Por todo ello, de vez en cuando es bueno ver alguna de esas comedietas románticas de factura yankee. No nos dicen mucho, pero lo suficiente para divertirnos con sus happy end.




Las comedias románticas son como algunas canciones, tontamente románticas, y que sin embargo hacen de la tontería su única verdad. Como Silly love songs ("Esas tontas canciones de amor") ese tema de McCartney y sus Wings, lanzado en un simple en 1976, que dice la hagiografía era una respuesta de este autor a las constantes puyas de Lennon, quien se burlaba de sus aparentes ligeras y melosas canciones, esas que llenaban de I love you buena parte de las pistas.



Las historias de amor de las comedias románticas suelen ser tan cursis como buena parte de los temas musicales de ese "romanticismo" que aún nos visita en sus formas tradicionales y modernas, pero que han demostrado ser útiles en estos tiempos, tanto como los folletines de antes y la demás parafernalia que hoy nos provee el mercado. Por tanto, son siempre bienvenidos, pues nos ahorran de la cuenta del hipotético psicoanalista que nunca frecuentaremos. Las comedias románticas son el mejor artilugio de la industria cultural para hacer del amor una ficción anodina y perfectamente capitalizable. Es la punta de lanza de la emoción portátil, de la tristeza instantánea pero controlada, del “romanticismo” como preventivo a cualquier crisis afectiva, siendo menos peligroso que consumir antidepresivos y reemplazarlos por ese sabor tan parecido a aquel otro producto, tan estimulante y rico en endorfinas que conocemos como chocolate.


En suma, las comedias románticas son importantes porque nos permiten vivir y sufrir el amor que nunca tuvimos, o que aun cuando lo tenemos o experimentamos, siempre buscamos que se parezca al que espectamos en el ecran, sin las consecuencias esperadas de un corazón roto, a lo más, uno que otro lagrimón.



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(1) Dejo constancia que este género tuvo expresiones que llegaron al paroxismo con las películas hindúes y ahora llegan por kilos con las telenovelas coreanas que hacen llorar hasta a las cebollas.


(2) Escúchese estas obras en los siguientes enlaces:


www.youtube.com/watch?v=8LCClcf-CKs;


http://www.youtube.com/watch?v=Zq9U8oL7D04&feature=related;


www.youtube.com/watch?v=yhhsTBQzw5k





















sábado, 9 de julio de 2011

FACUNDO O EL PODER DE LA PALABRA

Mi primer recuerdo de Facundo Cabral proviene de un viejo casete comprado con mis últimas monedas en la puerta de San Marcos.

Escucharlo con la reverencia de quien escucha a un profeta fue mi primera actitud frente al personaje. Facundo pesaba cada palabra de las que decía con admirable constancia.

Lo hacía al encajar cada una de ellas como piezas engastadas en cada una de sus interpretaciones. O cuando quedábamos embelesados por su formidable dicción, pero sobre todo ese encuentro feliz entre poesía y verdad.

Y en aquel tiempo los sabíamos los jóvenes del mundo, que decir la verdad es un acto revolucionario. Por lo tanto era un atributo sólo restringido a esos santos laicos que viajaban por el mundo llevando esa verdad tan inconmensurablemente utópica de que el mundo esperaba una nueva oportunidad para la justicia, para la libertad, para nuestra propia felicidad.

Pasaron los años, y también los santos de la revolución se fueron al cielo, junto con las utopías, los profetas quedaron mudos y las verdades se hicieron carne de silencio.

Pero allí estaba Facundo, siempre dispuesto a recordarnos que la globalización no había sido suficiente para callar nuestros corazones, que el mercado no había crecido lo suficiente para ocultar los gritos de los desposeidos, que las injusticias seguian siendo moneda de todos los días, que como antes el poder del dinero seguía enajenando conciencias, y el poder y los que lo detentaban o lo pretendían, no se detenían, siempre dispuestos al peor de los crimenes contra la humanidad para satisfacer sus intereses.

Ahora le tocó el turno a Facundo, se fue acribillado por ocho balas que enmudecieron su noble corazón, pero estoy seguro que este hombre bueno y justo al momento de morirse lo hizo con una sonrisa de perdón a sus matadores.

Pareciera que nuevamente nos hemos quedado nuevamente huérfanos, sin voz, sin esperanza, ya no tenemos quien predique la paz y nos preste su palabra para seguir creyendo en la verdad, en el amor y la poesía.

Sin embargo sus asesinos pretendieron apagar el débil fuego de su vida, pero lo que han logrado es encender la inmensa hoguera de su luz, para seguir dándonos el calor e iluminando ese camino todavía irredento por donde seguiremos transitando para alcanzar nuestro propio y auténtico destino.

domingo, 3 de julio de 2011

ESE DEMONIO QUE LLEVAMOS DENTRO

SÓLO, SONRIENTE Y SERENO. Así fue encontrado en la tina de baño en su departamento en Paris. Apenas tenía 27 años cuando se despidió de este mundo. Fue un 3 de julio de 1971, y un discutible certificado de defunción declaraba la muerte súbita de un desconocido James Douglas Morrison Clarke, Diagnóstico de presunción: Paro cardiaco. La verdad es que ese día en lugar de morir terminó por nacer la leyenda de Jim Morrison.

Jimbo fue un muchacho como todos, soñador, iconoclasta, rebelde. Hijo de un alto oficial de la marina, su vida fue una mudanza interminable, llevando a su vida a contar con seguridades más bien interiores en su voraz interés por la lectura, la poesía y el arte que lo llevaron a estudiar cine en la UCLA en el mismo periodo de Francis Ford Coppola quien seguramente lo conoció.


Morrison quiso en todo momento ser reconocido como poeta. Y su obra es, esencialmente poesía, incluida aquella musicalizada en los temas de The Doors. La poética de Morrison trasunta su profunda espiritualidad, ese misticismo que encaja muy bien con la psicodelia de su estilo de vida. Algunos pretenden este estilo a su conocimiento e influencia de los poetas malditos, al punto que se dice que su búsqueda por la singularización de su lirica es convertirse a sus códigos, en otras palabras convertirse en un poeta francés, o en su estilo.


La poesía de Morrison busca expresar sus intereses intelectuales, ese bagaje cultural que partía de sus difíciles lecturas y discusiones hasta con sus maestros en la universidad, que pergeñó también en sus muchos poemas y que traslapo a su musicalidad poética, mundo común pero extraño, incapaz de llenar sus expectativas pero sugerente para retarse a indagar sus propios pensamientos y hasta sus temores.


De otro lado su veta poética nos lleva a una manera peculiar de entender la vida y la muerte, ese diario e inacabado conflicto entre el mundo de la realidad y la metafísica, de la racionalidad y la imaginación, la materialidad omnipresente y la desbordante recusación de aquello que va más allá de la percepción. Jim Morrison es finalmente un insatisfecho, alguien que se resistía a las fronteras de lo conocido, de los convencionalismos sociales. De allí su persistente disposición transgresora, irreverente y desenfadada.


Se dice que Jim Morrison era borderline, de allí su dualidad, el continuo desafío que aparece en los múltiples registros de sus mensajes como artista y como persona humana, situaciones límites que fácilmente superaba sin medir riesgos, sin una lógica valoración del peligro, de allí que se decía que era poseído por espíritus como los de Dionisio, el dios Baco de los antiguos griegos, que a su vez constituía expresión de su propio espíritu al cual permanecía fiel, de los demonios interiores que lo visitaban de continuo, en el viejo chamán que lo poseía, en lo elegíaco de su poesía/canto, en su danza/representación, en ese demonio/espíritu/genialidad, que se encuentra como origen de su inmanencia, pero a su vez en esa ambigüedad que siempre lo acompañó hasta su muerte, donde hasta su epitafio κατα τον δαιμονα εαυτου (“Kata ton daimona eaytoy “) que en el griego antiguo puede traducirse como, "El diablo está dentro de mí o en mi interior", pero en griego moderno habla de que "El espíritu divino está conmigo” o "El genio está en mi mente", un juego de palabras con las que el propio Jim pretendió sorprendernos aun con motivo de perennizar su muerte, para significar lo uno y lo otro, todo y nada.


Ángel o demonio, Jim fue un ser que jamás reconoció límites. En perfecta consonancia con su desbocada determinación, asi también murió. Lizard King, dios del desenfreno, el gran lagarto que mimetizaba la enorme revuelta de su vida en esa compulsiva vocación por las drogas fuertes y el bourbon, los libros de filosofía y un chamanismo encarnado de las viejas tradiciones navajas hicieron de este personaje nuestro demonio inolvidable. Morrison simplemente vivió, y tal como llegó, se fue, apacible y hermoso, como se apaga la noche al rayar las primeras luces del día. This is the end.


sábado, 2 de julio de 2011

" DE TE FABULA NARRATUR"

¿Por qué un blog de narrativa. No era suficiente con "El Seno de Afrodita"?. Es cierto que Solón decía que los poetas siempre mienten. Pero el arte de la poesía nos lleva la mayor parte de veces a una sacralización de la palabra que la lírica hace insuperable, pero que no siempre es buena para contar historias. Y es que Memorabilia en latín es esencialmente eso: "Narración", es decir, contar historias, verdaderas o de mentira (Et verum est fabula), mayormente estas últimas, las mentiras son fábulas que contar, pues las historias para los antiguos eran esencialmente fábulas. La Historia con mayúscula era un predio mucho más elevado, de allí que lo contado por Heródoto y Polibio carece de la fastuosidad de la ficción. La Historia es más bien una humanización de lo extraordinario, de lo más elevado. La ficción está más cerca del sentido común, pues en una exageración humana, como las que contaba Plinio El Viejo. que inclusive pueden llegar a ser parte de lo cotidiano y propios del sentido común, el "más común de los sentidos".


La narración, el texto escrito a partir del ficcionario del autor, no hace sino tomar la materia prima de la realidad y fusionarla con la realidad más próxima a su propia experiencias, de allí su naturaleza primordialmente intersubjetiva, es decir, es un perfecto diálogo de subjetividades difusas, donde lo cierto como verdad es otra forma de ficción, y esto desde la aproximación al mundo moderno, ese desencantamiento del mundo del cual nos hablaba Max Weber, donde lo feo, lo bello, lo correcto y lo incorrecto, la verdad y falsedad podían marchar por separado y dando lugar a mezclas trascendentemente horripilantes, pero justas y verdaderas, y lo hermoso podía ser odiosamente algo -al menos- políticamente incorrecto y falso. Esa verdad de las mentiras de las que nos habla Mario Vargas Llosa cuando nos remece con su idea de la novela, el género por excelencia de la narrativa: "En efecto, las novelas mienten -no pueden hacer otra cosa- pero ésa es sólo una parte de la historia. La otra es que mintiendo, expresan también una curiosa verdad que solo puede expresarse encubierta, disfrazada de lo que no es." (*).

Por ello en este blog reuniremos nuestros textos más asimilables al género de la narración. Es una nueva aventura que iniciar, y en comunión con los grandes maestros del género sólo diremos "que los dioses nos sean propicios". Aqui vamos...
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(*) Mario Vargas Llosa. La verdad de las mentiras. (2002)