domingo, 25 de diciembre de 2011

Corta, muy corta historia de Navidad


El niño miraba con sus ojos enormes la fila interminable de regalos. Ninguno era suyo, por supuesto. Pero el sólo quería mirar a la gente muy contenta, con sus billeteras y bolsos vacíos, pero con sus coches de compra a punto de reventar. Fue entonces que recordó que tenía algún dinero dentro de sus bolsillos. Las monedas tintinearon musicalmente al contacto con sus dedos pequeños y ávidos de fortuna. Deseo entonces sumarse tambien al torbellino de quienes estaban allí, camino entre las galeras del supermercado, vio muchas cosas bellas, pero de precios prohibitivos. Dio muchas vueltas alrededor de los artículos que allí se ofrecían. Al final, casi para nada alcanzaba su pequeño capital. Encontró en la sección de panadería un bizcocho de dulce, fragante y fresco, pero diminuto. Contó sus monedas y justo alcanzaba para adquirirlo. El niño se hizo lugar entre los adultos que disputaban su lugar en la cola y apuraban a la cajera con palabras destempladas. El niño después de mucho esperar llego a la caja, entrego el producto entre miradas poco amables, pues era casi miserable su compra en medio de personas que llevaban cosas mucho más voluminosas y caras. Al final salio del establecimiento, a pie, con su pequeña rosca de dulce. Camino hasta cerca del mercado. Busco entre los montículos de desperdicios a su amigo. Allí estaba, como siempre, envuelto entre mantas mugrientas y cartones. Se acercó despacio, con mucho respeto. El viejo lo miro circunspecto, fue cuando alcanzó a sus manos el humilde pan que traía envuelto. Lágrimas surgieron entonces de los ojos ajados de aquel hombre, un tímido gracias surgió de su boca desdentada. Feliz navidad, le musito el niño. Feliz navidad le respondió el indigente. De regreso a su casa, el niño sintió una alegría enorme, y asi en medio de la fiesta familiar el niño seguía esbozando esa bella sonrisa de satisfacción. Al día siguiente, con partes de su cena navideña envuelta en una bolsa de plástico fue a buscar al viejo. Mas no lo encontró por ningún lado, ni tampoco el basural cerca de ese mercado donde el anciano se cobijaba entre harapos. Sólo encontró una vereda limpia, y trabajadores que terminaban de barrer a manguerazos de agua el detritus acumulado en la calle. El niño se quedo mirando todo con ojos de incredulidad. En tanto, dos hombres que antes habían sembrado varias capas de un césped gordo y erizado sobre el terral, desplegaban para colgar una gran banderola de bonitos colores que rezaba “Obra: Recuperación de la Plaza de la Justicia Social. Feliz navidad para todos. Tu alcalde”