domingo, 5 de febrero de 2012

ELOGIO DE LA CIGARRA


ES HARTO CONOCIDA LA HISTORIA DE LA HOLGAZANA CIGARRA QUE SE PASÓ EL VERANO CANTANDO, en tanto la laboriosa hormiga acopiaba provisiones para el crudo invierno. Esopo, La Fontaine y el hispano Samaniego nos restregaron en la nariz tal par antitético. Recuerdo que esta fábula era favorita de los maestros en la escuela para demostrar paradigmáticamente que quienes se dedicaban al trabajo tenían recompensa. Caso contrario de quienes se dedicaban olímpicamente a la vagancia, estirpe estigmatizada que yo y otros nada aplicados escolares suscribimos con orgullo. Ora et labora me sermoneaban los curas de la escuela cuando, en lugar de acometer las tareas escolares, prefería leer a mis anchas y divertirme dibujando mis personajes de ficción. Por supuesto que nunca les hice caso pese a sus reprimendas.
A semejanza de las cigarras, algunos congéneres humanos del reino este mundo han sido vilipendiados por su natural orientación al ocio. Carentes de un sentido práctico de la vida, diletantes e incomprendidos, estos individuos muestran una propensión a actividades aparentemente inútiles, estos personajes han sido cuestionados desde siempre, y declarados como el mal ejemplo que no ha de seguirse. Nada más lejano a la realidad. Ese ocio no puede confundirse con la holgazanería, con la pereza o menos con la improductividad. El ocioso trabaja pero no se distingue por su alta productividad si la reducimos a la cantidad. El ocioso, por el contrario, es un ser muy laborioso, pero que sigue los dictados de su propia motivación para el trabajo. El ocioso se toma su tiempo para todo, y si bien hay ejemplos de creadores disciplinados que se levantan muy temprano o se acuestan muy tarde para dedicarse a sus anchas a la meritoria labor de escribir, pintar, o simplemente meditar. La ociosidad es el medio propicio para el bien pensar, libre de ataduras, ajeno a los condicionamientos externos. El ocioso es productivo en función a la calidad. Y es que la ociosidad está ligada a la creatividad. El ocioso es un creador por excelencia pero que no necesita sujetarse al canon del trabajador en serie, de aquel que reduce el éxito de su vida a la monda competencia. El ocioso compite con sí mismo, de allí su búsqueda permanente de la perfección, del artista que nunca terminaba de pulir su obra, del poeta que no termina de corregir sus poemas donde sabe que la mitad de lo producido es obra de la inspiración y, la otra mitad, de la propia transpiración. De allí que las obras maestras no se esperan una tras otra, sino que se producen luego de un proceso laborioso e intrincado, donde el creador usa cerebro, corazón y manos.
Pero volviendo a la cigarra, hemos de decir que el famoso insecto es parte de una familia increíblemente numerosa de insectos llamada Cicadidae que viven en todo el planeta, y que son motivo de discusión de los entomólogos que intentan culminar complicada taxonomía a partir de nuevas subfamilias y tribus. Algunas verdades sobre las cigarras: Las hembras ponen sus huevos sobre la tierra, los insectos jóvenes (o ninfas) penetran en la tierra, viven allí durante muchos años alimentándose de la savia de las raíces, internándose por túneles subterráneos que construyen hábilmente. Posteriormente suben a los árboles y sufren su metamorfosis final que los convierte en adultos con alas y genitales listos para reproducirse. Es justamente en el verano en que tiene ocurrencia esta parte fundamental de su ciclo vital, en ella los machos emiten un sonido muy especial para llamar la atención de sus parejas, pues ese chirriar constituye su canto de cortejo y apareamiento. Lo sorprendente es que las hembras ponen sus huevos y mueren poco después, e inclusive los machos pueden llegar a morirse durante estos cantos por el uso continuo de su instrumento sonoro. De allí que resulta de una perfecta ignorancia la idea que las cigarras se las pasan de cantoras en el verano. Trabajan duro para reproducirse y hasta mueren en el intento. De allí que la proverbial improductividad atribuida al insecto no es sino una mera fábula.
Y es que la ociosidad, bien entendida, no conduce al inmovilismo, a la ausencia de actividad. Todo lo contrario, hemos visto está íntimamente asociada a la creatividad, pero como veremos, también al placer. En la filosofía griega de la antigüedad, los filósofos epicúreos proponían como demiurgo de la vida el placer. Pero a diferencia de quienes atribuían el placer a partir de las sensaciones del mundo material, los epicúreos prefieren a estos, los placeres espirituales que producen la inalterabilidad del ánimo, de allí que la actividad filosófica requería de ciertas condiciones, como el ocio, para alcanzar este placer pleno o goce del espíritu.
Por ello no nos sorprende que en la filosofía y la ciencia contemporánea, el pensamiento crítico y la actividad autónoma, no enajenada por los fenómenos del mundo moderno, formen una unidad y no se disocian. Henry Lefebvre, un sincero filósofo marxista escribe un ensayo memorable sobre Claude Lévi-Strauss, ese gigante de la antropología estructuralista, quien hace un rescate de los filósofos presocráticos llamados eleatas al convocar a un nuevo corriente de síntesis (el estructuralismo como nuevo eleatismo) que permita por fin restablecer esa coherente relación entre movimiento e inmovilismo, entre pensamiento y acción, escisión absurda entre los que piensan y los que hacen.
Por todo lo anterior, queremos finalizar con una justa reivindicación de las cigarras, animalitos injuriados y puestos como ejemplo, injustamente, de la falta de laboriosidad y la holgazanería. La cigarra es un insecto biológicamente útil, y su “canto” explicitado como parte de sus estrategias de reproducción. De allí que, a semejanza de la cigarra, la ociosidad humana que ha sido mal entendida, debe de ser recuperada para la plenitud del pensamiento y la actividad humanas.